No, amada, vos no podeís ser una sirena,
pues tu voz, más que a la muerte,
me entrega a una dulce condena.
No, doncella, no soís una diosa,
que las diosas han sido plasmadas a imagen humana,
y vuestra existencia es más que divina.
Tampoco soís, cariño, comparable con una rosa,
la pureza de tu alma va más alla de su belleza,
y el aroma de tu piel supera, por mucho, la esencia de su marchito perfume.
Así pues, etérea dama,
soís más que delicadeza y suavidad en el aire,
soís más que un deseo provocado por mi cruel convalescencia,
soís... producto de mi imaginación desesperada.
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