¡Te declaro culpable! ¡A ti! Culpable por la tortura inflingida a lo que resta de mi alma, culpable por derramar detrás de ti sólo sangre y miel.
¡A ti, culpable mujer! Por opacar a las estrellas con tu presencia, por endurecer a las rosas con tu delicadeza.
Te declaro mil veces culpable, ingenuo ángel de muerte, por robarme el aliento, por acapararme el pensamiento, y por hacerme esclavo de tu piel...
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